POR ROGELIO MORENO SÁNCHEZ.

En este espacio quiero compartir las vivencias que escribió mi padre sobre su infancia. La muerte nos lo arrebató hace poco y estas pequeñas memorias quedaron inconclusas. Las escribió para compartirlas con todos aquellos que le querían a él y a su Zafra y esta red infinita permite que esto pueda ser una realidad.


sábado, 29 de septiembre de 2012

Parte V




...Consistía dicho juego en un baño grande lleno de agua, dentro del recipiente había unas tablitas. Tenía que tirar la perra gorda al baño y que la misma cayera en una de las tablitas. Te regalaban una botella de vino o licor, que supongo haría el mismo feriante en su trastienda. Lógicamente, mi perra gorda no cayó en el sitio pretendido y yo me fui con un cabreo monumental y mala conciencia a mi casa.

Llegaron las esperadas Navidades y por consiguiente los Reyes Magos. El día 6 de enero, los doce o quince que dimos nuestras 130 “pelas” estábamos en las puertas del Rosario como un clavo. Pasamos a las dependencias y allí el Padre Díaz fue nombrando a los afortunados que nos habían “regalado” los Reyes las ansiadas botas de fútbol; que nada menos las habían mandado a pedir a Zaragoza. Estaba nervioso y veía que nombraban a unos tras otros, y mi nombre no lo pronunciaba el cura Díaz. Todos tenían sus botas e iban abriendo sus cajas con gran alegría. Ya sólo quedábamos dos por recibir las botas, Adrián Hernández y yo. “Adrián Hernández, toma” dijo el cura. Bueno he sido el último pensé. ¡Que le vamos hacer! Me quedo mirando y el cura me hace un gesto, como diciendo: “Se acabó,  ya no hay más”. Bueno aquello era demasiado para mí. En un momento se me acumularon en mi sesera todos mis pensamientos más negativos: Mis 26 duros. Mis  sacrificios para juntar el dinero.¡ Qué me diría mi madre! ¡ Cómo se reirían de mí todos los amigos! Y es más ¿dónde estaban mis 26 duros? Cuando el padre Díaz, presintió que iba a estallar, levantó su mano derecha, como diciendo ¡Alto ahí! Y con la siniestra sacó una caja donde estaban mis botas. ¡Qué maravilla! Aquéllas botas me parecieron un tesoro, ¡lo más grande que había tenido jamás!Desde luego nada comparado con los últimos modelos que usan las superestrellas de ahora. Cómo jugábamos en campos de tierra las botas venía con spaig (no sé si se escribe así). Eran unas tiras de cueros clavadas en la suela. La verdad es que ahora me pregunto para que servía aquello;   aunque creo que era para evitar resbalones y también para resguardar las propias suelas. Cuando las estrené me consideré un futbolista de verdad. Hasta le daba con más fuerza al balón, desde luego no eran las sandalias que me compraba mi madre en casa Avelino, aquello era otra cosa me hacía sentir más importante, futbolísticamente hablando. (continuará en la parte VI)

lunes, 24 de septiembre de 2012

Parte IV

El del medio, en la parte inferior es mi padre


El punto más alto de la efervescencia deportiva ocurría cuando se disputaban una especie de campeonato con seis o siete equipos, que se encargaba de confeccionar el padre Domínguez. Los equipos se denominaban por el nombre del capitán. Así teníamos el equipo del Piédrola, del Carrasco.... Jugábamos como una liguilla, es decir competíamos todos contra todos y el campeón ganaba una tarta. Se pueden imaginar la competitividad que existía. Vamos que todos los partidos se jugaban como un Madrid-Barça de ahora. El padre Domínguez se las veía y se las deseaba para aplacar los encendidos ánimos, porque la rivalidad era grande. Luego los curas eran generosos, y cuando terminaba el campeonato además de la tarta para el campeón, a todos nos daban una merendola que nos  sabía a gloria bendita. Por eso nos las daban. En la merienda cada uno tenía su sitio porque ya se encargaban, no sé  quién, de ponernos un letrerito en cada plato con el mote o sambenito que cada uno teníamos. A mí me titulaban “el tonto del Bilbao”, porque yo por entonces era muy del Atleti, como la mayoría de aquella juventud que nos entusiasmaba la delantera formada por Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza.

Cuando iba a cumplir los 12 años los curas nos anunciaron que sería muy bueno para nosotros que compráramos unas botas de fútbol. Su coste 26 duros, o sea, 130 pesetas. ¿Y quién tenía ese dineral? Muy pocos. Así es que los más entregados a la causa del fútbol nos pusimos en aquel verano del 52 manos a la obra para ahorrar, porque las botas las traerían los Reyes en el 53. Perra gorda a perra gorda fui metiendo en una caja de cartón el poco dinero que caía en mis manos. La cajita ahorradora me la guardaba mi madre para evitar tentaciones. Lo malo fue que, en medio de este tiempo de ahorro,  se presentó la feria de San Miguel. La Plaza España y Plaza del Alcázar se llenaron de cacharritos. A ver quién era el guapo que se resistía a gastar una peseta ante tanta atrayente provocación. Yo aguanté unos pocos días sin gastar nada, pero caí en la tentación de echar una perra gorda en un juego...(continuará en la parte V)


jueves, 20 de septiembre de 2012

Parte III


Foto en la entrada del Rosario
     
Recuerdo un día que intentó quitarme el taco del billar un cordimariano, me rebelé por aquello que yo consideraba una injusticia y quise “atizarle” con el taco. Se metió bajo la mesa de billar, para esquivar mis intenciones,  y yo salí con una rabieta enorme para mi casa, y sin poder haberle propinado un buen “tacazo”. El padre Díaz, que era el  que “lidiaba” con nosotros, fue tras de mí alcanzándome en el Arco del Cubo.
-Como sigas con ese genio vas a tener más de un disgusto en la vida. Así que cálmate. Cuenta siempre hasta diez. Y ahora volvamos y pide perdón, ya que si persistes en tu actitud nos veremos obligados a expulsarte.

Y como a mí me gustaba mucho jugar al fútbol...Por otro lado,  pensé en mi madre que se pondría como una fiera por la expulsión. Aunque lo que me hizo desistir  con más fuerza del berrinche es pensar que todos mis amigos estaban allí y yo tenía que seguir con los “Semi”. No vi otra manera de seguir jugando al fútbol,  que deponer mi actitud.  Me amansé y todo terminó bien,  después de haberme tenido que “bajar los pantalones” ante aquél energúmeno de cordimariano.
En la sala donde jugábamos al ping-pong teníamos un armario donde guardábamos las camisetas, los pantalones de deportes y las calcetas, y cuando abríamos las puertas el hedor intenso que desprendía era como un olor a revoluto de sudor juvenil y añejo por el tiempo que llevaba sin lavarse aquellas prendas. La verdad es que aquel olor era único y nunca más he vuelto a percibirlo. 
Teníamos dos o tres balones, pero no se crean que se parecían en algo a los balones actuales de fútbol . ¡Qué va! Aquellos balones eran de un cuero duro y cuando le dabas de cabeza te quedabas como los boxeadores, un poco grogui. Nunca me han pegado con un guante de boxeo, pero me imagino que rematar de cabeza con aquellos balones y un guantazo de Uzain tenía que parecer igual. Aquellos balones duraban muchísimo tiempo, porque cuando se descosían, allí estaba el padre Domínguez para coserlos, y luego siempre había dos o tres voluntarios para darles un poco de grasa por las costuras. Quedaban como nuevos, al menos eso nos parecía a nosotros (continuará en parte IV...)

martes, 18 de septiembre de 2012

Parte II

Foto de los semicordimarianos. Mi padre en el centro sujetando el sombrero

Algunas veces, los estudiantes, que ya digo se preparaban  para ser sacerdotes, nos preguntaban  si  nos gustaría estudiar para cura. No me lo planteé nunca, pero a mis 11 años aquello de estudiar esa carrera tan compleja me parecía una cuestión inalcanzable. Los claretianos, compaginaban sus estudios  de teoría con otros que podían denominarse como clases prácticas. Es decir, aprender a “lidiar” con el personal. El personal, de momento, éramos nosotros que teníamos mucho que torear. Para éstas prácticas crearon una Asociación de jóvenes llamada Cordimariana.
Llevar a cabo esta tarea pastoral, y atraer aquella juventud un tanto aletargada, en una sociedad que  carecía de casi todo, fue una tarea relativamente fácil. Se necesitaba un espacio físico, y  para ello nada mejor que poner un campo de fútbol para toda aquella legión de pequeños y jóvenes que teníamos pocos sitios donde ir, además gratis total. Habilitaron, en una parcela de su huerta, un pequeño campo de fútbol,  pero que a nosotros nos parecía el Santiago Bernabéu. Esto era para la parte deportiva, que era la que mas valorábamos por entonces.
Luego había tres habitaciones, bastante amplias, para las muchas actividades que allí se realizaban. Dichas dependencias tenían su entrada por el extinguido pilar “El piojo”. A la izquierda había una habitación que servía para las charlas que nos daban, y también para algunas películas que nos echaban con una máquina de 15 mm. Desde luego películas para todos los público. Ahora recuerdo la que se lió con una película 3R que pusieron en el Salón Romero. Su título era Trapecio, donde Gina Lollobrigida, ligerita de ropa, pues su papel era de una estupenda trapecista; mantenía dos amores al mismo tiempo con Tony Curtis y con Burt Lancaster. Aquello era un pecado mortal de los gordos. A los que se atrevieron a ir les costó la expulsión, por lo menos temporal, de aquélla asociación cordimariana, y digo temporal porque con una confesión arrepentida con el Padre Urquiri ya podías volver.
Las otras dos habitaciones, que quedaban a la derecha de la entrada, estaban habilitadas para jugar al ping-pong y al billar, aunque al billar casi ni lo olíamos porque lo copaban siempre los mayores, o sea, los cordimarianos y nosotros éramos semicordimarianos. “Semi” nos decían para abreviar. Aunque los había más pequeños: los infantes. Estos ni billar ni ping-pong ni nada. Allí existía la ley del más fuerte. Claro que siempre podían existir algunas excepciones...(continuará)

martes, 4 de septiembre de 2012

Parte I


No sé por que estoy escribiendo a estas horas de la mañana. Y no es que sea muy temprano para mí,  a las 8,30 ya me he levantado como norma o vicio adquirido.  La verdad es que siempre he sido más de madrugar que de trasnochar. Seguramente esta manía del madrugar me la transmitió  mi padre,  que me llamaba a las 7,30 de la mañana para que fuera al Rosario, no a rezar, sino a jugar al fútbol. La cuestión era  que a  mi padre le hubiera gustado tener un hijo futbolista.  En el verano daba gusto levantarse a esas horas, no así en el invierno. Los inviernos en Extremadura son fríos como ellos solos. De verdad. Algunos de mis compañeros madrugadores les salían sabañones y todo. ¡Púa! Como les decía,  a mí me gustaba ir al El Rosario, que además de la Iglesia donde se veneraba a El Cristo del Rosario, era un colegio claretiano donde los estudiantes se preparaban para ser curas. Recuerdo que ayudé a cantar su primera misa al padre Domínguez en el altar de la Purísima, que actualmente no existe. 
El padre Domínguez era un tipo fornido y bonachón que le gustaba mucho el fútbol, y él era el que nos arbitraba los partidos que disputábamos en aquél pequeño rectángulo que los curas nos habían habilitado al final de la huerta. Así me convertí en monaguillo por primera y última vez, desde entonces no he vuelto a ejercer. 
Y el caso es que yo, en cierta manera, admiraba a los monaguillos que con tanta diligencia y sabiduría ayudaban a la misa y a otras cuestiones. Sobre todo a José Luis Albújar que dominaba todo el altar y sabía en cada momento de la misa lo que tenía que darle al cura. A mí me parecía aquello dificilísimo.  Tuve que aprender las contestaciones en latín, que era como entonces se decía el culto. Mi otro compañero de ayudar la primera misa del padre Domínguez, era Luis Suárez. No crean que era aquél famoso Suárez que jugó en el Barcelona y luego se iría al Inter de Milán, no, era nuestro Luis Suárez. Fue un magnífico defensa del Zafra y más tarde pasó a jugar con el Diter Zafra, porque trabajaba en la fábrica de motores Diter. Suárez murió muy joven; dicen que fue debido a la aceite de colza. A él le gustaban bastante las ensaladas, y en aquellos años 80 hubo un gran revuelo a nivel nacional con el tema de un aceite adulterado, que costó la vida a bastante gente... (continua en la parte II)