POR ROGELIO MORENO SÁNCHEZ.

En este espacio quiero compartir las vivencias que escribió mi padre sobre su infancia. La muerte nos lo arrebató hace poco y estas pequeñas memorias quedaron inconclusas. Las escribió para compartirlas con todos aquellos que le querían a él y a su Zafra y esta red infinita permite que esto pueda ser una realidad.


miércoles, 16 de enero de 2013

Parte XIII. Mi calle



Como en todo barrio que se precie había sus “mandamás”, aunque yo notaba cierta autonomía por parte del resto, que pasábamos un tanto de aquellas jerarquías. Sobresalía sobre todos un tal Lolo, que lo conocíamos por “el capón” (creo que el mote le venía por sus progenitores, aunque yo nunca  conocí a su padre, y sí a su madre, que todo el mundo la conocía como Carmen “La Soría”).  El tal Lolo era una buena pieza, se apoderaba de todo lo que verdegueaba. Más de una vez dio con sus huesos en la cárcel, aunque duraba poco en ella, pues sus hurtos no pasaban de ser unos “rateos” en pequeña escala. Recuerdo un día,  que habría  hecho alguna de las suyas, que los “guardiñas” lo perseguían para su detención. Él se subió al tejado de su casa, que estaba situada en la calle de los Hornos, y desde allí, bombardeaba a los municipales con tejas. Aquello fue para todos  un acontecimiento, nos divertimos de lo lindo viendo a los municipales resguardándose de los proyectiles que les tiraba “el capón”. A pesar de todo el Lolo tenía  buenos sentimientos, aunque a su manera y desde su perspectiva de la vida. Tenía  una hermanita pequeña, llamada Kika, que siempre la llevaba sentada en sus hombros. Recuerdo esta imagen con gran nitidez, pues el Lolo casi siempre iba fumando y de vez en cuando le daba a su hermana, que no tendría más de dos años, una chupada del cigarro. A nosotros nos parecía gracioso, pero ahora, en la actualidad, sería un acto de maltrato.
También había tipos peculiares, y uno de ellos era Carmelo. A éste le gustaba mucho el fútbol y era de los pocos que tenía una pelota de goma. ¡Claro, su padre era carnicero! Tenía más posibilidades. Ser dueño de una pelota de goma para jugar al fútbol le hacía ser importante, y todos le andábamos alrededor para que nos dejara jugar. Aunque algunas veces su padre, un hombre  muy exigente,  lo castigaba sin salir a jugar. Nosotros  íbamos para que nos tirara la pelota por una ventana que daba a un doblado de su casa. Se resistía a dejarnos su valor más preciado, pero nosotros le amenazábamos con quitarlo de capitán del equipo si se negaba a tirar la pelota, y al final cedía. Todo esto sin levantar mucho la voz, porque hasta nosotros temíamos al impulsivo padre. Echábamos el partido, y cuando Carmelo llegaba ya se había terminado el encuentro. Así que el desventurado solamente recogía su pelota para volver a su casa. A pesar de ser el capitán del equipo, no era muy bueno que digamos jugando a la pelota. Los galones se los habíamos dado porque tenía lo esencial para jugar: La pelota.