Mi calle desembocaba en la
plazoleta, que entonces llamábamos “El paseo de la viudas”. La verdad es que no
sé el porqué de esta denominación, pues yo no vi por allí ninguna desconsolada
paseando nunca (habrá que preguntárselo a Croche, que es el que más sabe de
estas cosas). A dicha plazoleta, íbamos todos los chicos de las calles
adyacentes .Como todavía no se habían inventado los videojuegos, teníamos que
tener la imaginación activa inventando juegos o historias. Éramos felices, sin
la menor veleidad de progreso. Vivíamos
de maravilla sin televisión y sin lectores DVD dolby digital.
El más galán, mi padre |
Allí
nos divertíamos con multitud de juegos, aunque en algunos me quedaba de
espectador, porque los consideraba un tanto violentos para mi escasa complexión
física. El “burro”, sobre todo, no me gustaba nada. Consistía el juego en
formar dos equipos, y el bando que se
quedaba, se tenían que poner simulando un burro. El primero se agarraba a una
ventana y los segundos terceros, cuartos... se agarraban por las caderas,
poniendo la cabeza en el pompis de su antecesor. El equipo contrario saltaba,
una a uno, encima del simulado burro, hasta estar todos encima. Allí arriba
había que aguantar, pues cuando algún “caballero” caía, su equipo se convertía
en “burros” y los contrarios pasaban a la ofensiva. Otras veces los que estaban
encima aguantaban y los de abajo sucumbían ante el peso que tenían que
soportar, y siempre con la algarabía de los vencedores Así hasta caer
extenuados, unos y otros.
Practicábamos muchos juegos, como la billarda o el gua, menos
violentos, aunque a mí ninguno de éstos me gustaban en demasía, ya que era, en
comparación con mis amigos, un poco torpe. En el gua había verdaderos
“artistas”, daban unas “pelás” a las canicas a gran distancia. Se jugaban con
bolindres de china, que eran para “las pelás”, y otros más modestos de barro,
que se tenían para el pago cuando perdías. Desde luego yo jugaba poco, pues
rara vez ganaba. Si tenía algún botín de bolindres era porque los canjeaba por
los cromos de futbolistas que tenía repetidos. También estaba el juego del
“rescate”. Aquí si tenía mi chance, porque siempre he corrido mucho, y como era
pequeño me escondía en cualquier abertura.
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