El de la izquierda agachado |
La calle del Agua, había otras
familias como la formada por Cipriano Berciano y su señora Julia. Tenían un
montón de hijos, el mayor de ello llamado Cipri (se estilaba mucho ponerle al
mayor el nombre del padre), no jugaba mucho en la calle. Su padre, comerciante
en la calle de Sevilla mantenía un status superior al resto. Por eso creo que
le compró a su hijo un clarinete y lo apuntó a una banda municipal, que se
formó por aquella época. Esto nos servía para mofarnos un poco de Cipri , que
era de los pocos niños que tenían unas gafas redondas, un poco culo de vaso, que le daban a su cara
un toque oriental, también porque sus rasgos eran un tanto asiáticos.
Asimismo, estaba entre la intelectualidad y el de no haber roto nunca un
plato, así es que lo considerábamos un
tanto cursi. El caso es que íbamos por la ventana, en la hora de sus ensayos, y
oyendo las notas nos reíamos un montón con el piiii, y al rato puuuu. No le
salía nada acorde ni de casualidad.
Luego con el tiempo dominó el clarinete y hasta salía tocando en las procesiones de Semana Santa, lo que le sirvió para hacerse un poco importante.
En las tardes frescas, ya cercana
la Feria de San Miguel, bajábamos a la vega. O sea del “muladar” para abajo,
para coger higos chumbos de las higueras que daban al camino, porque entrar en
una huerta de aquellas te podía costar un disgusto a ti personalmente y luego a
tu familia. Porque por allí andaban vigilando los guardas de campo, y al frente
de éstos, uno que llamaban “El Mutilao”, que nos tenía “fichaos” a todos los niños y mozalbetes que por allí
rondábamos. Así que teníamos que ir “apañando” los frutos de una forma
disimulada por unos, y vigilantes por otros. No viven aquellos hombres que eran
muchachos entonces y que son humanos paisaje de mi memoria de aquellos finales
de verano sobre aquellas tierras.
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